03 diciembre 2010

Oratoria y seducción: la palabra del político

La palabra del político no sólo explica la realidad sino que ha de crear una nueva; no sólo despierta, orienta y estimula deseos de cambios de pensamiento, de actitudes y de conductas en los oyentes, sino que, también genera otra concepción del bienestar: construye y destruye mundos. La palabra retórica es acción eficaz.

La fuerza de las propuestas políticas depende, en gran medida, de la habilidad del orador para explicarlas y de su destreza para lograr que los destinatarios las acepten y se identifiquen con los líderes y con los mensajes. Este planteamiento supone el análisis de los discursos políticos desde perspectivas psicológicas, éticas y retóricas.

Si la enunciación supone un acto individual, la implicación del locutor en su propio discurso, de una u otra manera, resulta inevitable. Sin embargo, las marcas de esa presencia pueden ser más o menos abundantes dependiendo de las intenciones discursivas.

Abordar el liderazgo político desde el punto de vista de la enunciación permite comprender que un dirigente no es otra cosa que un operador complejo, por el que pasan los mecanismos de construcción de una serie de relaciones fundamentales: del enunciador con sus destinatarios y con las entidades imaginarias que configuran el espacio propio al discurso político. Comprender esta conexión de relaciones es una condición indispensable para identificar la especificidad de los mecanismos a través de los cuales, dentro de un movimiento político determinado, se genera la creencia y se obtiene la adhesión.

No es posible concebir un sujeto hablante sino como un locutor que dirige su discurso a otro: el yo implica necesariamente el tú, pues el ejercicio del lenguaje es siempre un acto transitivo, apunta al otro, configura su presencia. Esta condición dialógica es inherente al lenguaje mismo.

Además, todos los discursos —orales o escritos— poseen un contradiscurso y, por ende, su carácter verdadero o falso, aunque la legitimidad de éstos nunca es intrínseca, sino que siempre es externa y otorgada por el grupo que recibe el mensaje.

En cuanto a los destinatarios (prodestinatarios, contradestinatarios y paradestinatarios), resulta de suma importancia que puedan escuchar, leer, pero ante todo, comprender ciertas elecciones léxicas, sintácticas y textuales del hablante / escritor y que logren, gracias a esto, conocer el funcionamiento del lenguaje que les pueda brindar elementos para mejorar su procesamiento discursivo.

Los candidatos o emisores, en el momento de redactar su alocución, deben sin lugar a dudas, analizar de modo exhaustivo: ¿Quién dice qué?; ¿en qué canal?; ¿a quién?; ¿con qué efecto?, ya que la realidad política actual exige ver, con mucha atención, al receptor del discurso político que, a través de los diferentes medios masivos, recibe la información como nunca antes. Esto, debido a que el desarrollo tecnológico experimentado en los últimos tiempos —a través de novísimas técnicas de interés con relación a las operaciones que realiza el enunciador en su discurso según la construcción de su liderazgo— le abrió la puerta principal de la esfera política.

En palabras que tomamos de Gilles Deleuze concluiremos que:

En lugar de ser una cosa dicha de una vez para siempre y perdida en el pasado, el enunciado, a la vez que surge en su materialidad, aparece con un estatuto, entra en unas tramas, se sitúa en campos de utilización, se ofrece a traspasos y a modificaciones posibles, se integra en operaciones y en estrategias... circula, sirve, se sustrae..., entra en el orden de las contiendas y de las luchas, se convierte en tema de apropiación o de rivalidad (1996: 176-177).

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