12 enero 2006

UN CUARTO PARA LAS DOS Y MEDIA


A las nueve de la mañana, mientras desayunábamos aquel café dulce con el postre Nonna Vita podía uno darse cuenta de que Horace daba todo el aspecto de un farsante, pero con gran coraje.
Su hogar, ¿una mentira..?
¿Existía nada más que de nombre?
Si hasta su reserva aumentaba sustancialmente lo que se definía por hogar, pues uno imaginaba que bien sería una pocilga en la cual un macho, denominado esposo, practicaba los vicios más atroces sin que su hembra, su respetable esposa, se diese por enterada.

Sin embargo, debería yo -por obligación de escribiente-comentarles algunos detalles de la historia:

Cuentan las malas lenguas que el señor Niévala no existió nunca. Que Edward Suárez el ex esposo de Perlatt dijo puras mentiras toda su vida, convencido por quién sabe cuál arte.

Con respecto al dinero que Niévala llamaba "su herencia", lo había obtenido de un importante contrabando de cannabis cargado en las maletas del ajuar nupcial de Silvina.


Pero...
¿Y los vicios existían? ¿Qué hogares podían ser aquellos donde padre, madre e hijos, con prescindencia del sexo, vivían internamente separados por el desnivel de sus experiencias?

Supe notar que él lo había hecho bien...con astucia y persuasión por mucho tiempo; sobre todo en los años de su instrucción militar en la Escuela de Marina o en las épocas de cuarentena, posteriores a los nacimientos de Aimy y Yago, cuando la realidad era más siniestra que cualquier pesadilla.

Ahora, sólo ella podía decidir lo que significaba.
Obvio que debía ser veloz. Solo en los buenos momentos de la vida conviene, más bien demorarse y enterarse que un marido la engañaba así...

Aquel no era un buen momento. Tal parecía que para vivir sabiamente había que tener más de una velocidad. Premura en lo detestable, lentitud en lo que es placentero.

Después... el almuerzo, el inevitable paseo de Norah y Horace por la zona de residencia de los ricos y famosos. De hecho uno de los barrios que más han servido de marco de algunas de las escenas de las películas británicas más taquilleras de la historia: Nothing Hill, por citar un ejemplo.
Ambos se retrasaban, a propósito, con Pearl James para refrescar los buenos recuerdos sin oídos ajenos.

Luego que todo estuvo servido a la mesa él le contó que por el ansia de una ríspida burguesía vivía en disconformidad. No sabía lo que ansiaba ni hacia dónde iba. (Accidentes que no le ocurrían a las mucamas ni a los cocineros, obviamente).
Yo percibía que a él no le gustaba esperar. De más está decir que una esperanza posiblemente hubiera transformado aquel matrimonio de tantos años, pero ésta requería cierta amplitud de sentimientos, incompatibles con la total aceptación del fracaso que ambos parecían revelarme en su discurso. Además, para tener esperanzas era necesario llevar cierta fuerza espiritual de la que Flagré y Niévala carecían.

Eran, a mi entender, una pareja en el sentido que damos siempre a las parejas cuando las vemos apoyadas en los parapetos o abrazadas en los bancos; una característica lamentable que viene acompañando a los hombres desde hace milenios.

Todo tenía su costo y él que no quería afrontarlo, por momentos me figuraba como un garronero de la vida. ¿Lo era en verdad? Vivía en ansiedad permanente y entre las muchas maneras de combatir la nada, una de las mejores era cuando solicitaba compañía femenina, que rechazaba casi inmediatamente después de utilizarla. Para él la soledad era como un vacío en los bolsillos.

Y en nuestros clandestinos encuentros eran felices, repletos del fervor por tanta cosa incomprendida pero iluminada por un amor total.
Si bien a él todas las mujeres le desilusionaban por la esterilidad mental de su existencia, conmigo no le sucedió lo mismo. Jamás donde se imaginara un palacio descubriría una choza.
Pude –igualmente-comprender que se acostaba con varias de ellas con la misma facilidad que concurría al café a conversar con William: ¿Acaso tenía algo que temer?

Mientras, en la casa matrimonial su mujer bordaba excelentemente, cocinaba muy bien, hacía un poco de ruido en el piano, se pintaba el rostro y se perfumaba antes de ir a la cama...Pero esas virtudes domésticas no le alteraban el punto de vista, irónico e indiferente. "No te imaginas lo extraordinaria que es mi esposa" me decía siempre. "No habrías resistido la tentación de escribir un cuento sobre ella" inquirió.

Entonces, por eso, tengo que escribir.
Uno de todos nosotros tiene que escribir, si es que todo esto va a ser contado.
¿Qué relaciones existían entre un piso encerado o una albóndiga a punto y la felicidad?

Después de imaginarlos por meses, de observarlos continuamente, gracias a los relatos de aquel hombre yo llegaba a la conclusión de que sus actos eran perfectamente lógicos, explicables...
Que yo sepa nadie ha descifrado esto, de manera que lo mejor es dejarse de pudores y seguir contando: No podíamos vivir sin ilusiones. Éramos culpables de literatura, de fabricaciones irreales... Nada nos gustaba más que imaginar excepciones

La única mujer engañada, respecto a esta situación, fue Silvina Flagré. Pero esa mujer invitaba a la invención, dando quizá las claves suficientes para acertar con la verdad.
Más que engaño, ello constituyó una pérdida de memoria en cierto modo, tan densa y circunstancial, como en otra dirección había sido permanente el olvido de la causa que aquella tarde lo arrastrara hacia mí, preocupadísimo, hasta colocarse delante de la cámara en un ciber para confesarme quién era.

Como dijo Julio Cortazar: “Los hilos de la Virgen se llaman también babas del diablo”
Con tamaña inercia repleta de expectativa, se desarrolló en él una idea fija: "Algo extraordinario tiene que ocurrir en mi vida, con esta mujer". Esa mujer era Norah, yo...Sí.
Pasaron los meses.
Regresaba él a su hogar cierta noche, la del 15 de marzo de 2005. Antes de entrar se observó el rostro en el zaguán donde había un inmenso espejo que fielmente duplicaba las apariencias. Debía mostrarse alineado ante Silvina, por si estaba aún despierta.
Lo que jamás pudo imaginar fue lo que encontró.
El pensamiento de si le estaba pasando algo en su cuarto, como si fuese lo que uno prefiere lo acosaba.
Y ahora, lo inevitable: tener que ir y no regresar sin haber trabajado y sobre todo haber asistido sin nada productivo qué hacer...
Ese día Guillermo Niévala había encendido la llama y yo viví una inmensa emoción.

Nos evadíamos juntos, victimando a Silvina Flagré, comentándole accidentalmente aquella vieja situación, que cual un raid hechizante la desmayaba....
Estaban por separarse.
La conversación se tornó algo mortuosa, como una gaviota, ¡un milagro!¡Quién sabe! Ya no podíamos escapar a ese destino...

Un pequeño jockey, él, estaba muy afligido y ella sentía que no lo vería muy habilidoso como para querer montarla.

Mientras, yo en mi papel me llenaba de cierta culpa o sinsabor por no sentirme otra favorita del hipódromo local al que asistía el ingeniero.
Yo, la que nunca sabe qué decirle... Aquello era como verme a los ojos si me quedaba parada en la gatera. Sin embargo decidía mi exilio.

Todas las tristes mancias me indicaban el infinito comenzando desde cero 0... en fin...¡Cómo es!
Sabía que mucho tiempo sola no podía vivir, quería ayudarlo...pero mejor era no vivir, intentaba olvidar el vértigo de mis miércoles... invadirlo.... sino, dejarlo ser.
-¡No digas No! porque eso me provoca malestares.
Intentaba avanzar más allá del ahora. Estaba buscando decididamente dos cosas: No rendirme e ir a todo lo que daba como los calamares que nadan contra la corriente, porque yo sabía que un amor, una pareja para sentirse amada precisaba de un Sí.

Lucharé y ya.

La vida me había lanzado, contenido; por otro lado estaba el trabajo para encontrar como una saeta exacta, mi objetivo:Sol, Poder, proyectarme en algo positivo: Tu sitio.
¿No debía dejarme desviar?... ¿Debía dejarme desviar?

Era bellísimo, quizás, dedicarse a ciertos ¨blancos¨o ¨lagunas¨ mentales y deslizarse por el viento hasta rozar la piel por las nubes de ejercicios intensos. Éramos almas danzarinas confiando en arribar a destino. Llegar a encontrar algún lugar... En la voz... Al final... Encontrar el mundo donde alguien te adore y que unos brazos te tengan.
Me encantaría ver a mi amor -aunque con sólo varios toques de magia- y si pudiera recordar hacerle el amor... tenerlo cerca... charlar con él. Hacernos brillar, por nuestros esfuerzos, por mi blanco corazón...

-¡Pero no me des más movidas de ajedrecista amateur!

Mi roja pasión es el llanto que te había prometido... Nada y tan poco; me circulan dos borrachas lágrimas a borbotones por cada vena. No olvides que me desesperaría, porque eso me dañaba mucho las arterias de mi humor sanguíneo.

Ahora: falta de amor; tenía que aprender a confiar, sentirme un sol plateado enmarcando mi niñez. Un invierno en el que hace calor pleno y bello ante mis ojos.
No podía exigirle a ese Dragón Chino que solo sabía cuidar un mundo enaltecido e inmenso.
Y estar así en un planeta que duela tanto como un tatuaje , sólo para agradarlo. Si no era doloroso el valor de ese tatuaje, no era verdadero amor...¡Y más locuras!

Como letras que crecen al revés, sin parar. Era inminente que yo deseaba la muerte.No sé cuantas veces me había equivocado pero las letras vencían una y otra vez. Él sufrió; se partió como un frágil cristal...bueno...la culpa era toda del teléfono...No del alma. Sin embargo, pasó a ser el mejor visitante.
Es que él sabía por qué desconfiaba de los hombres más apasionados...
El era el favorito a punto del triunfo...¿O por qué me enamoraba tantas veces?
No daba tregua. Era como un fenómeno comparado al orgullo, me llenaba de señales o síntomas. Debía ser más decidida.... Más concreta...

-Frená la franqueza-me decía a mí misma.
Estuve estacionada, fue como si otra usara mi consuelo y eso me provocara dolor. Así es hoy mi trabajo, como el de llorar.
Tenía la voz a la miseria, no podía trabajar de estas sabidurías.

Y todo esto era algo paranormal. Una escritura ¨paranormal¨ que equivale a nada comprensible aunque igual fue aprobada por la semiología. ¡De qué estúpida manera! Una ñaña. Porque quién sabe si el mañana tenía en la mente a miles de hombres que podrían existir para ella...Nada tenía...Solo me habían estropeado la vida, sin darles importancia...Antes soltaría al que ya no me permitía pensar: el gato. (Para que no maullara).

Tantos con todo en contra: los espejos , los retratos, la tos de su no presencia...No tenía nada: tos, tintas, mascotas, los qué hacer y nadie a quien extrañar ni siquiera amigos... Era la crónica de un presente... aquel Juan que la había herido tanto llevándola al suicidio que nadie quería evitar.

Ahora Silvina Flagré estaba pronta a morir y Guillermo Niévala aparecía en mi vida para que ya nunca más fuera cinderella en sus artimañas de hacerle creer que la amaba ¿O acaso la amó cuando fue a su departamento?
Ya nunca más una. Sólo un hombre que parecía chiquillo enamorado y en las tardes vivía mintiendo y engañándola con excusas preparadas y bellas para verse lleno de mujerzuelas.

La daga filosa le marcó el pecho que nunca le atrajo y ella lo sabía, pero fue tan fuertemente que quizás no supiera–en el fondo– que se le olvidaba de su estúpida esposa o... ¿estimaba su persona?

Cobardía. Después se dispuso a considerarlo... ¡Pero se confundía! Ahora mismo, quizás. Antes de culminar la página, el momento: 14 y 25 ergo desviar las agujas del reloj. Cinco minutos para una página de auto psicoanálisis, casi un orgasmo de la ciencia: tu voz, la voz. Siete pastillas. Dormiría por una sobredosis. Prepararlas e irse lejos...bien lejos de somníferos o quién sabe qué tan lejos que ya nadie pudiera saber las mezclas que hubiera perpetrado.
–¿Despertarla?

–Jamás, premeditadamente.

Es que ella sabía... Yo la perdono... No merecía sufrir. Sabía muy bien que nadie la amaba y sabemos que en la vida hay que estar tan así... sin amor... sin vida...

Pero debo remitirme a aquella noche en que en la creciente oscuridad, mientras recordaba todo esto, Silvina Flagré lloró hasta el fin de aquel amanecer y antes de la llegada de la mañana siguiente se suicidó.
No había cumplido con su primer plan de los somníferos, no. Sólo retiró el arma que Horace Niévala, el ingeniero de Jomax Sociedad Anónima solía dejar en la gaveta del escritorio de su despacho; la tomó temblorosa; montó el pistillo y entró al baño para darse el disparo. Y cuando la nuca empezó a cosquillearle se descubrió pensando en las calles, y en lo que había alcanzado a ver la primera semana de marzo cuando nos descubrió besándonos.

Niévala estaba por ingresar a su casa. Nada lo preocupaba –según me comentó en oportunidades posteriores– e incluso experimentaba determinada alegría malévola cada vez que regresaba de jugarle malas pasadas a su compañera.
Hasta creo que yo adolecía de la misma facilidad que él, para proporcionarme relaciones con fantástica inconsciencia.
Me analizaba y analizaba a su mujer.

Durante mucho tiempo creyó que junto a su esposa se aburría. A intervalos tuvo relaciones con otras mujeres. Lo mismo me había sucedido a mí y así conocí a varios hombres.
Él admitía de buen grado que se desengañaba en juegos fáciles e indiferentes. Ellas no lo satisfacían y pensaba que posiblemente se hastiara junto a otra mujer (como por ejemplo, yo) si por una serie de obligaciones contraídas se viera obligado a convivir.
Las encontraba semejantes a las esposas de sus amigos. Todas sus amantes eran singularmente amargadas, vanidosas, honestas, y con un orgullo inmenso.
Como si temiera los efectos de lo deseado extraordinario, no sólo que no daba un paso para obtenerlo, sino que hasta lo esquivaba.

Luego de girar sigilosamente la llave de la entrada, sobre telones de oscuridad, mientras él cruzaba bajo las frazadas de su cama un estrépito espantoso se amontonó en sus oídos. Necesitó hacer un esfuerzo para no saltar de allí en la desolación del cuarto, frente a su esposa que estaba adormecida en otra cama.
Esa noche se le escapó una leve risa, y tal vez ella lo oyó, ya que jamás se movió de su lecho como si no fuera a despertarse.

–En esos instantes soy un dios que cruza anónimo por la tierra– Solía comentarme cuando merendábamos tomados de la mano en el departamento.
–Pero nunca hube imaginado que ella yacía muerta en el baño y que lo que había observado en nuestro cuarto era solamente el bulto de frazadas acurrucadas y almohadones. Cuando sonó mi reloj despertador, a la mañana siguiente, decidí encender un rubio; luego de una bocanada a mi Parliament envié hacía el techo una gran nube triunfal del llamo azul del cigarrillo. Y te recordé tan plena en mí la noche anterior –me explicó.

Fue así que Niévala notó que Silvina Flagré se había levantado y era extraño porque jamás ella se levantaba a preparar el desayuno o cosa parecida.
Esos siempre eran detalles del ingeniero. Podía asegurarlo ya que cuando me comentaba la vida junto a su esposa yo ponía lo más fino de mi oído. Fue en esa parte de sus relatos que se desprendieron los únicos dos lagrimones que pude ver caer de sus ojos en el tiempo que lo conocía. Así fue que Horace y yo (literalmente por oírlo contarme) la hayamos muerta; no hubo ya rosas ni cipreses, ni labios rojos ni vino perfumado en esos 25 días para nosotros; tampoco alegrías, ni auroras ni crepúsculos ni encuentros.

Nuestro preciado universo se nos aniquilaba, puesto que aquella realidad dependía tan sólo de nuestro pensamiento. Quizá creíamos que el secreto era un vínculo entre nosotros y la esposa ausente.

Ya eran los primeros días de abril y yo no había podido dormir aquella noche, aunque volví a ver a Horace después de casi un mes.
La primera luz de la mañana del sábado 22 me desperté sobresaltada ; había pasado más de un mes del entierro de Flagré.

El universo de Norah consistía, en gran parte, en cosas y lugares de los que sabía pero que no había visto ni conocido en persona. Cumplió aquel ritual diario de la ducha y el lubricante para sus ojos. Mientras desarrollaba las ideas del escrito los hombres le inspiraban un mayor temor patológico...
A las 12 se dirigió a la cocina. Estaba de pie , sintiendo el frío del suelo de cerámica a través de las gruesas medias; luego preparó una sopa de fécula y unas legumbres, comió temprano, se acostó y se obligó a dormir.
Referir con alguna realidad los hechos de esa tarde sería en vano. Dormir no había sido más que eso; si los sueños habían acudido, ella no podía recordarlos. Pero había algo: una aceleración, casi un vértigo.
Era verosímil que esos graves misterios pudieran explicarse en palabras: el matrimonio Niévala se había casado joven, y pronto las ilusiones desaparecieron.
Casi todos los hombres casados tenían una base moral que les impedía abandonar a su esposa para seguir a la que amaban. Así creyó Horace al principio. Luego constató que tal base moral no existía, sólo era una mera vibración semejante al tic–tac de un reloj.

Por otro lado pensaba que de abandonarla para convivir con la amante, es decir, conmigo, hubiera terminado por hastiarse como antes se hartaba de la monotonía junto a su mujer.
–¡Miserables!–exclamé para mis adentros–¡No disimulen más!
No amaban a ninguna de sus amantes, y algunas de ellas eran extraordinariamente bellas. Cuando lo recordaba me encogía de hombros porque comprendía la inutilidad del placer sexual si no se desarrollaba acompañado del amor. No era bueno sentirse una trampa.

Norah era bonita, tenía sus piernas flacas y su voz atropellada que la hacía interesante. Había recordado que aquel hombre, su amante, era requerido por casi todas las mujeres de la ciudad y que sólo las más afortunadas tuvieron el trofeo de una nieve con él. Obvio...Norah era una afortunada después de todo. Lo que no podía o no quería comprender era que ella merecía un hombre así a su lado.

En la mesita de luz estaba la caja vacía de los cigarrillos que él se había dejado olvidado; Norah se incorporó y los fumó como antes rodeando con las dos manos la taza caliente de café.
Luego, mientras lo pensaba, echaba la cabeza para atrás –apoyándola en el respaldo de su sillón– y suspiraba, como quién termina de cumplir con un deber fascinante.
En esos instantes recordó las semanas que siguieron, días de letargo...
Horace que estaba muy mal y no se dirigía a su apartamento.
El edificio que rentaba Perlatt, en Notting Hill, estaba compuesto por cuatro departamentos conectados a patios pequeños. El mayor atractivo del verano era, sin lugar a dudas, su famoso carnaval, aunque Notting Hill era uno de esos barrios que merecen la pena visitar en cualquier época del año. Se hallaba a pocos metros de tiendas exclusivas y restaurantes formidables, además del maravilloso y archiconocido mercadillo de Portobello.
En su casa había un olor característico a mezcla de esencias de sándalo dulce y pachulí ; Horace ingresaba y sentía que siempre había estado allí. Era también su hogar, después de todo. Era un olor similar al del tiempo y el aire salino.

Mientras relataba esta historia algunas de mis amigas me creían medio loca.
–¿Cómo hago para qué?–pregunté apacible a Hebe.
–Para no aburrirte nunca! A veces creo que tienes un amante secreto lleno de audacias–replicó Sandy.
–Tengo uno para cada noche!–contesté, tras una irónica risa mientras sorbía de mi tacita de café irlandés.
–¿En esta ciudad de cuatro gatos?–me dijeron ambas al unísono.
–En mi pura cabeza. Nada más cierras los ojos sin abrirlos, después dejas caer las estrellas con sus pétalos de oro como tapizando tu jardín –expliqué –dije.
–Mirá, Hebe cierta vez leí, quién sabe en qué libro que "el universo es un espejismo; la vida, un sueño".

La historia era increíble, en efecto, se impuso a todos, porque sustancialmente parecía cierta. Hasta verdadero era el tono de Norah, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero era el ultraje que ella había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios. Deberían saber que Alá nos ha dado el amor como nos dio ciertas plantas venenosas.
Los sabios no podían enseñarte nunca nada, mas la caricia de unas negras pestañas amantes le revelarían la realidad. El pasado era un putrefacto cadáver que Horace y yo debíamos sepultar definitivamente.

Cierta tarde de enero, con tristeza, Horace pensó que en su voluntad había desaparecido para siempre Silvina Flagré, la esposa que lo transformaba en un viudo joven con todo lo que eso implica.
Luego de miles de aventuras con mujeres recordaba que había pasado ocho años y dos meses y que ahora no existía para él más que una sola mujer, y ésta era Norah, de memoria sospechosa y discutible que como buena enamorada, no habría sabido sino estar en su papel.

Aquel día que sonó el portero eléctrico y se anunciaba... ella lo miró fijamente. Los ojos del viudo eran de un humo castaño brillante, la frente alta aparecía pálida y lisa bajo un oscuro mechón ingobernable. Lo abrazó con fuerzas. Ese domingo por la tarde se quedó un buen rato junto a ella, rodeándola, acariciando la suave piel tibia de su cuello de cisne.

Su mujer, Silvina Flagré estaba muerta, ya llevaba más de siete años inerte y la memoria que había dejado sobre su vida le indicaba bien poco que había trabajado para alguien o algo y que su recompensa había sido conocimiento, y que ella había sido su sacrificio.

Esa noche ambos se sentaron en la terraza, a oscuras, a mirar los insectos que bailaban frente a los focos. Así, continuaban viviendo en su imaginación. Recordando escena tras escena, en Bourton. Despojados casi de toda apariencia terrestre, manifestándose en el fondo de sus pechos por una dulzura queda, semejante al débil perfume de ciertas flores mustias.
Era domingo 14 de febrero del 2012 cuando Norah avanzó ligera, alta, muy erguida, para recibir inmediatamente al Ingeniero Niévala, con su cara de capullo y sus manos de rojo vivo, como si las hubiera tenido en agua fría junto a las flores para entibiarlas como tantas otras veces con sus abrazos y besos.
Charlaron horas y horas sin cansarse.
Luego Horace decidió invitarla a que descendieran de la terraza para irse juntos a la cama; antes ingresó a la cocina; encontró una botella de vino blanco en el fondo de la nevera y se la llevó al dormitorio principal. Tomó un sorbo, le convidó de su copa a Norah ; dejó la botella en la mesa de noche y se acostó, con un almohadón verde manzana que le cruzaba detrás de la nuca.

–Muy bien, ámame–me dijo.
Y en la unión de nuestros cuerpos y almas hallamos la naturaleza errante de las cosas más lujosas que habíamos construido tan juntos y demasiado cerca del mar.

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