06 agosto 2009

EL REFLEJO DEL VENTANAL




Hebe ingresó sigilosa por la puerta del Bar de Molina. Observó a su alrededor. En una mesa se agrupaban varios muchachos. Intentó pasar desapercibida, ya que era una jovencita tímida y recatada.
Aunque sin explicación alguna, el destino la condujo a sentarse contra el ventanal que daba a la calle Ortiz. Desde allí, sus oídos advertían los comentarios de las historias varoniles. Los graves vozarrones de los hombres hablaban de aventuras, travesías y fracasos con mujeres.
La muchacha se sintió particularmente interesada por la charla de un joven. La conversación de éste trataba acerca de una chica que cierta tarde de invierno porteño, en el cual la muchedumbre soportaba la molesta llovizna, lo deslumbró.
Según él relataba su nombre era Victoria. Ella poseía grandes ojos de esmeralda. Era muy delgada y de estatura normal.
Tras escuchar, desde lejos los comentarios del joven, Hebe no venció su curiosidad femenina y lo espió a través del reflejo del translúcido cristal del barcito.
Ella había notado que su cara le mostraba el rostro de un hombre realmente enamorado.
Repentinamente, la voz fuerte de un moreno interrumpió su abstracción. Le pedía al chico con insistencia:
–Dale, Sergio! ¡Contá! ¡Contá!
Entonces Sergio siguió comentando sus largas caminatas con Victoria por la plazoleta que se ubicaba frente a la pequeña iglesia. Esos encuentros que se hicieron costumbre, a sólo tres cuadras de la gran avenida.
Era evidente que entre Victoria y Sergio había una estrecha relación.
–¿Y...qué pasó? ¿Qué pasó?–codeó solícitamente Ignacio, el que traía el arete en la ceja izquierda.
Así Sergio prosiguió su historia:
–Y... ¿Qué va a pasar?...Lo de siempre, loco. Ella quería formalizar, presentarme a sus padres y...¡hasta casarnos!
–¿Casarte vos, flaco?–interrumpió el moreno Flores.
En ese instante Hebe desvió su atención y recordó un amor imposible. Fue en ese momento que comenzó a rumiar en sus pensamientos un monólogo interior:

"¡Qué casualidad!
El destino o quién sabe qué nuevamente es injusto conmigo. Esperé tanto tiempo para que alguien que yo amaba me quisiera...Y ahora todo se arruina.
Lo peor es que fue por mi culpa, por no saber defender lo que de alguna manera me pertenecía.
No sé por qué nada me sale del todo bien. Lo bueno que me sucede se queda enganchado de una lágrima. Cuando pienso que todo está brillante, los golpes de la vida sobrevienen y opacan donde menos lo espero".

Sucedía que Hebe, la pensativa muchacha, le había pedido a su amiga Thelma que la ayudara a conquistar a su amado Bastián, del cual había caído locamente enamorada.
Pero nuevamente el azar le había jugado una mala pasada; Bastián había comenzado a interesarse más por Thelma que por sus oficios de mediadora.
Quizás, al recordar tal amargura, Hebe se interesó por la charla de Sergio y exclamó en sus silenciosos pensamientos aquellas desgarradoras palabras.
Pasado aquel instante volvió a poner atención en los relatos de la mesa.
–¿Y?...Sergio...¿Qué hiciste?– preguntaron sus amigos, mientras la jovencita escuchaba atentamente los sucesos y lo observaba a través de los cristales que ya estaban empañándose por la humedad de su respiración.
–Y...Eso no estaba en mis planes...No porque yo no la quisiera, sino porque nunca me sentí preparado para asumir la responsabilidad que me demandaba...
–Además, con tu edad, ¡hubiese sido un desastre! ¿No?–acotó el rubio de amplias entradas en la sien, mientras le convidaba un cigarrillo.
–¡Sí! Sentía que toda mi vida cambiaría. Que me privaría de mi libertad. Como ésta...la de disfrutar de largas horas de charlas, cigarrillos y café con ustedes–aseguró Sergio.
A cada avance de la historia Hebe se identificaba más con Victoria. Y nuevamente pensaba para sí:

"Todo esto me hace creer que yo tampoco tengo derecho a ser feliz. Quisiera irme a otro lugar, partir. Pero,¿adónde? No lo sé. Estar en silencio, en soledad. Para el colmo, escuchando esto tengo la ácida sensación de que todos se burlan de mí y sin consideración".

Hebe regresó de sus deprimidos pensamientos y prestó oídos a las últimas sentencias de Sergio:
–Y bueno...una tarde la cité en la esquina de la Catedral para comunicarle mi decisión de no vernos más.¡No se imaginan lo difícil de la situación!
–¿Qué le dijiste? ¿Qué pasó?–interrogaba ansioso Flores.
Por dentro la curiosidad de la muchacha también interrogaba. Quería saberlo...
Sergio continuó, con plañidera voz:
–Sus lágrimas saladas se confundieron con la lluvia de aquel frívolo atardecer .Yo tomé mi valija, le dije que me dirigía a la terminal de ómnibus y antes de que ella reaccionara huí del lugar y del amor.
Hoy la recuerdo como alguien que sufrió mucho por mi inexplicable cobardía.
Mientras Sergio expresaba estas últimas palabras, unas gruesas lágrimas caían por el rostro de Hebe. Su mente a la vez se preguntaba "¿Por qué será que los hombres huyen del amor?". Remeditó aquel interrogante, pero luego reflexionó que Sergio no hubiese querido lastimar a esa muchacha diciéndole que la amaba, cuando no era así.
Mientras se esforzaba porque nadie se diera cuenta, la jovencita enjugó sus lágrimas en un pañuelo rosa con puntillas. Pero Sergio, sin querer, percibió a aquella temerosa y atractiva mujer; había oído sus propias palabras retumbarle en el alma y nuevamente su corazón sentía una desazón similar a la que hubo experimentado aquel lluvioso atardecer.
El día bajaba sus cortinas metálicas y cada uno regresaba a su hogar.
A la semana la mujer retornó al Bar de Molina para saborear su habitual cortado. Mientras esperaba al mozo para que le tomara el pedido, un chiquillo que vendía minúsculas rosas bordó envueltas en celofán se acercó temeroso a ella para dejarle un papel doblado en partes.
–Tome, señorita– le dijo con voz trémula e infantil.
–¿Para mí?–preguntó asombrada la joven.
–¡Sí!–asintió el niño y escapó corriendo.
"¿Qué sería?" "¿Quién lo enviaría?". Por su mente desfilaron miles de conjeturas y deseos. Desdobló el escrito y comenzó a leerlo:

Amor:
Te estoy viendo. Y te he escrito esta carta para que lo sepas. Cosas de mi vida...¿Qué más puedo contarte, después de todo?
Me rodea la misma gente, los mismos sueños, pero hoy más intensos.
No nos conocemos lo suficiente...sin embargo desde que vi deslizarse aquellas lágrimas por tu aterciopelado rostro. ¡No sé qué sentí!
Te digo algo: los días pasaron. Entre nosotros no hay distancias porque no me conocés.
Imaginá que esta carta está hecha con la tinta de mi corazón y con las letras de mi alma. Y en este papel tan lleno de tus pesares y esperas. Tan lleno de expectativas y esperanzas.
Yo.

Hebe, al terminar de leer las líneas se sintió alborozada, inquieta y curiosa.
Imprevistamente, sus ojos miraron hacia la esquina que daba al barcito. Allí, cerca del semáforo estaba Sergio, el muchacho de la triste historia. Daba una gran pitada a su cigarro y una bocanada de humo se desperezaba en el aire; mientras la miraba como quien deleita sus ojos ante una obra de arte.
Un nuevo amor comenzaba.






Copyright (C) Nora M. Peralta 2003-2009 Jazmín García by Norah Perlatt-Luis Guillón,Buenos Aires,Argentina.
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