Si querés manipular...

Desgraciadamente la indiferencia ha triunfado en un mundo en donde la falta de compromiso es una posición más cómoda. El padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, decía que lo contrario del amor no era el odio, sino la indiferencia.

Cuando se quiere ser frío, se opta por ser indiferente. La indiferencia real, la que no se actúa, la que es más natural que artificial, simplemente brota, como los suspiros o los recuerdos. Observemos que la indiferencia sólo es viable al relativizar aquello a lo cual se aplica, es decir, para que algo nos sea indiferente tenemos que existir nosotros, nuestra indiferencia, y ese algo, ya que la indiferencia en estado puro se es indiferente a sí misma.

No estar implicado afectivamente con algo es un arma poderosa para manipular a los otros, al medio y al interior propio. La indiferencia es un lujo afectivo porque «el indiferente no sufre con el sufrimiento de los demás». Y así como no sufre tampoco ríe, se sorprende, grita, llora o patalea. En un mundo en el que todos se enamoran cada vez más de sí mismos, la posibilidad de vivir juntos se desvanece porque en la indiferencia el otro desaparece, con todo y sus emociones. Y no vale nada. En general, las relaciones sociales se han quedado sin contenido, la burocracia discursiva se ha colocado como forma de relación. Todo mundo responde que está bien cuando no lo está. Y así sucesivamente. Los indiferentes viven en un mundo que han creado para sí porque sólo importan ellos, nadie más. La indiferencia es un modo muy particular de negar la comunión de los demás con el desprecio.

«Somos humanos llenos de sensaciones y emociones siendo bastante difícil racionalizar las actitudes cuando estamos enredados»... por eso seamos leales y fieles a nosotros, pero por sobre todo, respetemos y comuniquemos lo que nos sucede... no dejemos librado a la libre interpretación porque esto genera confusión.