18 abril 2009

EXPOSICIÓN EN L’ALGEPSAR







Joaquín Ulmie iba a exponer sus obras plásticas en la Galería L’Algepsar.
Estaba preparando todo para el verano. La exposición se realizaría hasta el 12 de Septiembre.
En Castelló se había inaugurado el pasado mes de abril de 2003 la Galería L'Algepsar. En ella se aglutinaban las nuevas aportaciones de la plástica contemporánea valenciana y de otras zonas. Eva Terfly, Manolo García, Lucas Perroj y José Joan también se preparaban para la muestra.
Sus trabajos ofrecían una nueva manera de mirar las imágenes.
Yo me había interesado por sus perspectivas, especialmente luego de haber escrito mis poemas «Reina Jadeante» o «Un café en Bagdad».
Nadie, obviamente, comprendía pero al fin y al cabo yo sabía que estaba diciendo muchas cosas en lo confuso de mi yo lírico.
Podía comprender que había amenazas que me ponían triste o cosas que sabía y no podía advertir. El gran poderío de un grupo de escribientes que se jactaban de sus verdades, de sus realidades que aniquilaban las esperanzas de los sencillos y que se nos liaban en medios masivos de manera insospechada…
Podía yo verme en un abstruso cuarto, solitaria, y repleta de ansiedad por las cosas que irían a pasar, casi plagada de una demencia que sólo se aliviaba cuando yo lograba teclear mis constantes idas y vueltas mentales.

Estaba muy sensible.
Sí, recuerdo que había hablado con Joaquín que estaba esperando que su exposición fuera un éxito. Me sabía plena de alegría por verlo feliz y con sus grandes preparativos. Sabía que su celebridad dependía plenamente de la mía o al menos del saber que algunos de mis poemas iría a acompañar sus cuadros. Yo no quería ser como aquellos poetas de poco vuelo que vivían peleándose con los ilustradores de sus manifiestos. Después de todo, Joaquín y yo nos conocíamos desde la plena adolescencia cuando él usaba sus desgreñadas mechas largas y yo me ponía la boina gris llena de pins.
Hasta recuerdo cuando nos anotamos en la Escuela de Bellas Artes.

Ahora llueve, desde alero se deslizan las cortinas del celofán de un día inmensamente gris que no sirve nada más que para pensar en leer alguna historia de Saki o recitar unos de esos poemas de Hermann Hesse.
Estoy aquí, sentada, esperando a que me traigan un diazepam para que tranquilice mis nervios.
Me veo al espejo las mejillas escarlatas y mis ojos relativamente irritados.

Me sentía sin la independencia mental que había, cierto día conquistado, de sólo pensar en regresar a aquella medicación psicotrópica que intentara calmar mis crisis
Debía lograrlo, se trataba sólo de una respiración onda, de no esperar hablar con Sergio Feijoó que se había enojado injustamente conmigo hacía unas semanas atrás, ni cruzarme al vecino de cuarto para que me comentara—como lo hiciera todos los sábados—los eventos que le habían llevado a cabo ocupar sus fines de semanas.

Era un momento enhiesto en el cual parecía hundirse la barcaza que transportaba mis besos. Algo así como un jadear de preparto que iría esperanzado a abrazar la promesa de nuestros triunfos.

Recuerdo en un momento haberme abstraído de la geométrica en gres chamotado, que había realizado Manolo.

Joaquín Ulmie proseguía con los preparativos; él también, más allá de los cuadros, apostaba por las construcciones urbanas empleando una gran diversidad de materiales naturales o artificiales, para adentrarse en los vericuetos de la sutilidad del espacialismo y la presencia de la materia como ente en sí mismo. Siempre su obra reflejaba la salvación de mis liras. Nos concatenábamos sin saber en aquellos trabajos de expresión artística. Jamás disputábamos quién generaba qué cosa porque así fuera yo—en principios—o él, después que yo, perennemente, nuestras obras nos disparaban la mente en positivo.

José Montané interrumpió mi silencio, en el instante en que desenvolvía el papel de diarios que cubría aquella obra de Joaquín, para decirme si lo acompañaba a la tienda para obtener unos colores terrosos y ciertos pigmentos.
Caminamos por las calles del parque, vimos a un viejito sentado en el banco de la plaza tocando un arpa inmensa. Sí, hasta recuerdo el frívolo mármol de la estatua de aquel lugar.
Fue en el momento en que regresábamos del atelier que me detuve en una vidriera en la cual pude observar mi rostro, mi cabello desprolijamente ondeado y las leves marcas debajo de mis ojos que delataban cierto estupro benevolente que me acosaba por las noches soberbias cuando solo un papel y una pluma podían acompañarme.
¡Hacía frío!
No entiendo, estaba en España.Era verano pero yo sentía frío en mis manos. Coloqué la diestra en el bolsillo de mi pantalón y retiré un caramelo. Lo desenvolví mientras seguimos recorriendo junto a José aquellas calles hasta aproximarnos a la Galería L’Algepsar.
Mis ojos estaban tristes como si hubiese visto a la malvada muerte irisante que ya había arrasado con varios.

En ese momento podía yo ver cómo me acompañaba la rectitud mezquinándome los pareceres y hasta anulándome en parte por aquello que yo creaba en mis delirios.
Así, cada instante fugaz se me iba de la mente cuando podía yo pronunciar mi obra. Sí.Esa que no hacía para nadie y hacía para todos a la vez. Esa que trascendía de mi propio ser intentando superar todo aquello que no pudiera dominar con la mente.

Podía notar los mudos soliloquios que se me presentaban en los pensamientos tan llenos de todo el garbo y glamour que yo pudiera desear. Pero—quién sabe por qué carbonización de ideas—cuando los torpes dedos de mis manos intentaban recordarlos ante el teclado las cosas sobrevenían diferentes de como las había querido contar ¡Tan distintas!
Y al armar las piezas de aquel puzzle en el documento, yo podía observar la pantalla y mis oraciones que se adelantaban a lo que alguien iría a decir o que experimentaban los presentes de los noticieros que para mí no decían más que fragmentos indeseables y que, por lo tanto, yo deseaba trocar en algo distinto,casi esquivándole a los ruidos que molestaban los silencios de mis pensamientos.

Ya estábamos de regreso y yo me acerqué a Joaquín para ayudarlo a retirar los cuadros de la vieja camioneta que nos había prestado el tío de José, esa que utilizaba cuando trabaja en el traslado de vidrios en la fábrica que ya no le daba trabajo a mayores de sesenta años.
Fue en ese preciso momento, cuando una brisa le voló la chalina del cuello.
Recuerdo muy bien los cabellos de Joaquín despeinarse levemente.
El instante fue inolvidable. Él me guiñó un ojo. Miró hacia atrás para observar dónde caía su prenda.
Fue un leve instante. Un cantar de ave. Un chirrido incierto. Una frenada procaz.
Joaquín Ulmie, mi amigo de toda la vida, la persona que todo compartía conmigo. El ser más impregnado de arte que pudo haberme ayudado a sobrevivir... moría.
Sí, caía ante mi rostro…
Serpenteaba cierto dolor y angustia en todo mi pecho como una línea azul que enviste en lo leve.

Calle Fola, 14.Envíen a los forenses. Hombre caucásico de aproximadamente treinta años ha sido atropellado por un auto. ¡Manden también una ambulancia tengo una señorita sumamente descompuesta!—Fueron las últimas palabras que oí antes de desvanecerme ante aquella escena fatal, que honrando la obra artística de Joaquín, hacía que mi ser se abstrajera y mis sentimientos se resaltaran en la despreocupación de un simple desmayo.

©Norah Perlatt-Fecha de creación 06/08/03 01:44 P.M.







Copyright (C) Nora M. Peralta 2003-2009 Jazmín García by Nora M. Peralta-Luis Guillón,Buenos Aires,Argentina.

http://www.galeriaalgepsar.com

1 comentario:

Gildo Kaldorana dijo...

Hola, queria comentar algo sobre este post, pero la verdad es que no se que decir.
Ni entiendo de pintura, ni entiendo de poemas, tendre que aprender.
Por lo demás, tu blog es muy interesante.
Salud y suerte.

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